lunes, 21 de febrero de 2011


lunes, 14 de febrero de 2011

Me dejo ir

Me desnudo y la anticipación moja mi coño. Sé que si bajo la mano y me toco, me correré de inmediato. Pero no es eso lo que quiero. Quiero alargar el momento, hacerlo eterno. Quiero zambullirme en un placer sin tiempo.

Intemporal.

Olvidar. Olvidar quién soy y sentir. Simplemente sentir.

Ya no soy yo, es mi cuerpo. Nada más importa.

Mi mente se llena de imágenes. De palabras.

Un «abre las piernas, puta» me ordena separar las rodillas y el aire fresco acaricia mi humedad. Pero en ese momento no es aire. En ese momento es una boca, unos labios, una lengua.

Gimo y quiero más. Mis caderas se mecen, se mueven, se alzan frenéticas. Parecen no seguir ningún tipo de ritmo, pero persiguen un fin.

Me cojo los pechos. No. Me agarro las tetas. Me pellizco el pezón y el placer es tal que tengo que dejar de menear las caderas y mis rodillas se juntan, mis muslos se rozan.

«He dicho que abras las piernas». Otra vez esa voz. La humedad crece y yo obedezco. Un pellizco más fuerte en el pezón por haber juntado las piernas.

Expuesta. Me siento expuesta y abierta. Eso me excita. Necesito más. Bajo la mano y mis dedos resbalan por la humedad que se escurre entre mis pliegues.

Una firme caricia constante y circular sobre ese punto hinchado. Un gemido… seguido por muchos otros. Mis caderas se alzan despegándose del colchón. Siento el vientre tenso, el delicioso cosquilleo. Está ahí, tan cerca…

Me detengo. Quiero alargar aún más el momento.

Bajó un poco más los dedos y los deslizo por esos íntimos labios jugosos, esparciendo aún más la humedad. Tanteo la pequeña obertura y deslizo dos dedos. La carne se cierra entorno a ellos como si los chupara.

«Así, ábrete bien. Pienso follarte, ¿me oyes? Voy a follarte hasta que creas que no puedes soportarlo más».

Mis dedos de empapan, pero ya no son mis dedos. Es una polla. Una polla dura que mi coño abrillanta. Succiona. Recibe. La siento dentro. Empujando. Golpeando. Exigiendo. Abro aún más las piernas . Las separo mientras mis caderas salen al encuentro de esa polla.

Regresa la tensión, las ligeras contracciones interiores, la agitación en el bajo vientre. Deseo prolongarlo, pero la voz resuena de nuevo en mi cabeza.

«Córrete. Ahora».

Y yo me dejo ir.